lunes, 19 de noviembre de 2012

Resultado del Concurso de Relatos Cortos



Como os indicamos antes, ya hemos realizado la votación sobre el concurso de relatos cortos :).

El relato ganador es : El momento en el que todo termine de Natalia Pérez.

Muchas felicitaciones a la ganadora :) y muchas gracias a los demás por vuestra participación. En breve nos pondremos en contacto con la afortunada para el envío del premio.

A continuación, os dejamos el relato ganador. Próximamente publicaremos otro relato que también ha obtenido una buena recepción en nuestro jurado ;).


El momento en el que todo termine

Llovía incesantemente. La luna, llena, se asomaba tímida entre las nubes, intentando vencer a la tenebrosa noche. Nuevos refuerzos se amontonaban a las afueras de la fortaleza. En ese momento, una muchedumbre infinita llegaba casi hasta las mismas puertas. Un ariete resonaba, intentando destrozar su belleza gótica, humedecida por la lluvia que vaticinaba el fin del mundo.

Era tan inmensa como estremecedora. Más que una fortaleza, era una enorme catedral. El santuario decadente y sombrío donde cualquier alma torturada soñaría con descansar. La escuálida luz que entraba a través de las vidrieras iluminaba muy tenuemente la estancia principal, situada en la torre central. Un joven ser con ojos de víbora serpenteó corriendo los pasillos y columnas, agazapado entre las sombras, hasta llegar a la sala. Justo donde la luz peleaba con la negrura, se encontraba el señor de la fortaleza.

-Mi señor, las hordas ya son imparables. Debe irse, mi señor- susurró el ser.

-Vete. Huye y salva la vida. La mía, ya ha terminado- contestó.

-Pero, mi señor. Usted…

-¡Lárgate, he dicho! – la fuerza del grito fue tal, que se oyó hasta en la fila de asaltadores más alejada.

La penumbra bañaba su ser y la tristeza inundaba su alma. Sus ojos, fríos y enfocados en la oscuridad de la estancia, concentraban aun más sus funestos pensamientos. Se levantó, dejando caer el peso de su pesar hasta la planta de sus pies. Caminó dentro del haz de luz hasta ser completamente golpeado por sus chillones colores. Miró hacia arriba, mientras parecía que el tiempo comenzaba a transcurrir más despacio.

En una esquina, ella apareció. Su largo vestido se arrastraba sobre las pulidas baldosas del suelo. Su cara resplandecía como un diamante.

-¿Por qué haces esto? Tenemos que irnos- dijo ella, en un tono sombrío. Cada palabra que pronunciaba desde lo más hondo de su garganta golpeaba el aire, tanto que casi conseguía enmudecer el repicar de la lluvia golpeando las piedras.

Él deslizó su mirada por todo el cuerpo de la joven. Desde los pies, hasta llegar a sus ojos. Una vez allí, paró. La miró fijamente sin realizar ningún movimiento, excepto su lento y continuo respirar.

-No.

“No”. Simplemente “No”. Sin adulterantes; sin ninguna palabra más que pudiera dar pie a otras interpretaciones. Ella no dijo nada. Sus lacrimales comenzaron a producir lágrimas que se quedaron en la atmósfera de sus ojos.

Un ruido ensordecedor. Un grito femenino, perdido en el aire.

Una roca partida en mil pedazos y astillas de noble madera, pertenecientes a la puerta del balcón más alto de la torre, se precipitaron contra el suelo en un lateral de la habitación; algunas esquirlas llegaron incluso al círculo luminoso central. Él giró sobre sí mismo e inspeccionó los restos. Lentamente, salió caminando del círculo iluminado, adentrándose en las tinieblas. Llegó a unas enormes escaleras de caracol situadas en una esquina de la estancia. Sin poder ver nada, pero acostumbrado a ellos por la eternidad de su existencia, comenzó a subirlos uno a uno. Ella le siguió. Cuando llegó arriba, cruzó la puerta destrozada que llevaba al exterior. Siguió caminando hasta el borde.

El mundo, vasto y cruel, se extendía ante él. La furia de la naturaleza golpeaba a la realidad impunemente. El centellear de cientos de antorchas sobrecogía a las alturas, convirtiendo la tierra en un nuevo cielo. Las legiones enfurecidas, de obtusos e incomprendidos, parecían observar al señor de la oscuridad. Realmente le observarían, si pudiera ser distinguido ante tal distancia. Desde allí arriba podía verse como todos los vasallos corrían despavoridos cruzando la puerta de atrás. No tardarían en ser abatidos.

Al poco tiempo, ella cruzo el umbral del balcón, manteniéndose a cierta distancia de él.

-Amor mío. No hagas esto. ¡Podemos huir!, como hemos hecho siempre…- declaró ella, entre sollozos.

-No… Llevamos toda la vida huyendo. Yo desde una eternidad antes que tú.

-¡Y Podemos seguir haciéndolo! Te quiero. Te necesito.

Midiendo sus pasos, se acercó a él hasta casi rozarlo. Los mechones de su pelo brillaban con un tono rojizo a la luz de la luna, como las olas del mar bajo el sol abrasador. Al pasar sus manos entre ellos, él sintió la sangre circular a través de las puntas de sus dedos. La distancia que separaba los labios de ambos iba disminuyendo lentamente. El agua resbalaba por sus caras como lágrimas de pleno gozo. Los colmillos comenzaban a surgir, tímidamente, como estacas de marfil a punto de clavarse en lo más hondo del corazón.

Un proyectil, lanzado desde una catapulta lejana, surcaba el cielo impetuosamente.

Sus labios se juntaron. Sus ojos se cerraron. La abrazó fuertemente. “Te amo”, sonó al unísono. Se besaron eternamente, hasta que él separó sus labios de ella unos instantes.

-Corre, ¡déjame! Aún puedes vivir – pronunció, ahora también él, entre sollozos.

-¡No puedo! ¡No!, ¡no puedo! Tú eres yo; si tú mueres yo moriré contigo. Yaceremos juntos en el infierno, si así ha de ser.

-No hay infierno al que yo pueda entrar. En cambio, tú…

Terminar la frase no fue una opción cuando ella se lanzó contra sus labios. La eternidad volvió a materializarse. Sus pensamientos llegaron a  un lugar lejano y desconocido, donde no había más preocupaciones que sus propios fluidos.

Otro ruido ensordecedor. El proyectil golpeó la base del balcón. Sus piedras empezaron a desprenderse una a una. 

Cayeron al vacío.


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